La semana pasada, a esta hora más o menos estábamos ya por Barcelona de camino a Taizé.
Cuando llegamos después de muchas horas de viaje, pensé que realmente una semana allí iba a ser complicado: íbamos a tener que cambiar totalmente nuestro ritmo de vida y adaptarnos a algo a lo que no estamos acostumbrados. Pero hubo una cosa que me llamó la atención. Mientras dábamos un paseo por las instalaciones, vi como los que ya habían estado en Taizé alguna vez, empezaban a recordar momentos vividos allí.
Creo que el resto de nosotros en dos días ya teníamos esa misma sensación, la sensación de estar como en casa.
En poco tiempo nos dimos cuenta de que daba igual como fueras vestido, daba igual como entendieras el cristianismo, o que no hablaras el mismo idioma que los que se sentaban a tu lado en la oración...las cosas que nos diferenciaban eran insignificantes frente a lo que realmente nos unia, nuestra fe y las ganas que tenemos de vivir y de compartirla.
Cuando llegamos después de muchas horas de viaje, pensé que realmente una semana allí iba a ser complicado: íbamos a tener que cambiar totalmente nuestro ritmo de vida y adaptarnos a algo a lo que no estamos acostumbrados. Pero hubo una cosa que me llamó la atención. Mientras dábamos un paseo por las instalaciones, vi como los que ya habían estado en Taizé alguna vez, empezaban a recordar momentos vividos allí.
Creo que el resto de nosotros en dos días ya teníamos esa misma sensación, la sensación de estar como en casa.
En poco tiempo nos dimos cuenta de que daba igual como fueras vestido, daba igual como entendieras el cristianismo, o que no hablaras el mismo idioma que los que se sentaban a tu lado en la oración...las cosas que nos diferenciaban eran insignificantes frente a lo que realmente nos unia, nuestra fe y las ganas que tenemos de vivir y de compartirla.
Para muchos de nosotros por las nuevas amistades que se han hecho allí, por las que se han reforzado, por los momentos de diversión y de reflexión que hemos podido compartir con los demás y aquellos en los que simplemente hemos podido interiorizar, han hecho que esta semana haya sido muy especial para todos.
Y aunque ahora se nos encoja un poco el corazón por las ganas que tenemos de volver, tenemos que quedarnos con la idea de lo que realmente nos ha servido: de una parada, una fuente de la que hemos bebido para reforzarnos, para seguir mejor en nuestro camino. Y que nos tiene que servir de ayuda para poner en práctica las cosas que hemos aprendido allí durante estos días.
Todo esto no lo podía explicar mejor el hermano Héctor ayer, diciendo por qué se sentía en Taizé como en casa y no en otro lugar, porque allí te sientes querido, te sientes especial y libre al mismo tiempo.
Como le escribieron las portuguesas a Mariquilla ayer: "No hay palabras. Gracias."
Pd: Aquí podeís ver una reflexión muy buena sobre Taizé hecha por Alvarito.
Un beso